El deseo de María
Era miércoles, para ser exactos 12 de diciembre. Empiezo a pensar que igual no es casualidad, porque como en cada uno de los deseos realizados, lucía un sol espléndido. Nunca nos ha faltado luz para realizarlos.
Habíamos quedado en Cartagena a las diez de la mañana para recoger a María. En este caso, nos acompañaría Fini, la enfermera de paliativos que cuidaba de ella a domicilio, y un complemento perfecto que le ofrecía seguridad y confianza para poder disfrutar del deseo como merecía aquella ocasión.
María, nacida en Cataluña, vivía con Joaquín en Cartagena; un madrileño Teniente General de la infantería de Marina al que conoció en Extremadura mientras ella estudiaba Civil y Penal.
Ella, una mujer culta, formada, y con carácter, fue una de las siete mujeres que por aquellos tiempos estudiaban derecho en su facultad.
El deseo de María, ahora imposibilitada por una grave enfermedad en estado avanzado, era volver a su casa de Aledo, enclavada en un cerro escogido expresamente por ella para construir su hogar. Lo de María con aquel paraje fue amor a primera vista. Allí pasaban seis meses al año en los cuales ella participaba activamente en la política del pueblo como concejala desde la oposición. Su oratoria era como un mecer de las olas en su pasado; nos narraba como se había posicionado seriamente concienciada con el medio ambiente y como había amado aquella casa desde la primera piedra que fue depositada para construirla. Echaba de menos muchas cosas de las que la enfermedad le había separado, pero entre lo que más anhelaba, eran aquellos momentos que esta residencia le regaló.
Unos kilómetros antes de alcanzar Aledo, comenzamos a ascender por la montaña y paramos a mitad del trayecto, en medio de un camino forestal. Abrimos las puertas traseras de nuestra ambulancia para que la letrada pudiera disfrutar del paisaje. Realizó un barrido con sus ojos ya ligeramente apagados y con cierta ictericia, pero tan vivos y precisos en aquellos momentos, con el ansia de quien escanea el entorno con el fin de dejarlo grabado en su memoria para siempre.
Unos minutos más tarde emprendimos el camino hacia la casa, donde la estaban esperando Laid y Rachida, quienes cuidaban aquellos lares en ausencia del matrimonio con el mimo y delicadeza que la misma abogada exigía.
Llegamos a la casa; María estaba notablemente nerviosa y con muchas ganas de verlos. Rachida se había encargado de limpiar, ordenar y calentar ese hogar para que fuera tan confortable como la imaginación de María hubiera sido capaz de alcanzar. Laid, por su parte, se había encargado de que el jardín y alrededores también cumplieran las expectativas del matrimonio.
Rachida y María se fundieron en un abrazo, mientras que Laid la saludaba con un talante algo más cauto; no se veía capaz de contener las lágrimas y prefería que su jefa disfrutara de los infinitos gestos de afecto que su colega le proporcionaba.
Una vez dentro; Joaquín insistió orgulloso en que viéramos la casa. Era una vivienda acogedora, cuidadosamente iluminada y con una chimenea que caldeó el cuerpo de María durante nuestra estancia. En ella, había una habitación donde la licenciada estudiaba cada caso, y donde había un cuadro a punto de cruz que decía: “Cuarto de escribir cartas, tener ideas, coser trapos y leer cosas”.
Pasadas unas horas, el cansancio le hizo pedirnos que volviéramos a casa. Fue una vuelta mucho más amena que la ida. María estaba cansada pero feliz, y también muy habladora; se percibía en su gesto. Y nosotros, el equipo que la acompañamos, contentos de poder hacer a alguien feliz con un gesto tan sencillo y a la vez valioso.
Y así se hizo posible: aunamos esfuerzos, confluyeron ideas, sumamos ilusiones, y compartimos un mismo fin….¡¡ hacer realidad los deseos!!!
-Sandra Madrigal-