Los 700 Km se olvidaron cuando vimos el abrazo
Zoila (38 años), una entusiasta y soñadora, con una enfermedad en estado terminal, tenía un último deseo en esta dura etapa de su vida, el cual era volver a ver y abrazar a su madre, quien residía en Barcelona, también enferma de cáncer, y que, al igual que su hija, se encontraba seriamente limitada. Javier Alcántara, amigo de Zoila, musicoterapeuta que conocía la Fundación a través del Proyecto HURGE y HUCI, decidió contactar con nosotros para intentar hacer realidad su sueño; y fue así como se fundieron en una misma dirección los esfuerzos de la Fundación en Holanda, y la de España.
Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando avistamos por primera vez la Fundacion Jiménez Díaz desde la ventanilla de la ambulancia que Kees e Ineke condujeron desde Holanda, y apenas cincuenta minutos más tarde abandonábamos Madrid en la misma ambulancia pero esta vez transportando a una asombrada Zoila. A la habitación del hospital donde Zoila llevaba meses ingresada habían acudido para despedirla sus amigos Vanesa y Julián, su psicóloga Esther, y sus oncólogos Pablo y Ávaro; un equipo que nos cautivó desde el primer minuto de trato con ellos, deleitándonos con un natural equilibrio entre cercanía y profesionalidad que nos hicieron disfrutar de un saber supremo.
Los casi 700 km que separan Madrid de Lloret de Mar sirvieron para que fuéramos profundizando en nuestra pelirroja protagonista. Durante una parada, Zoila, declarada vegetariana, decidió saborear un bocadillo de tortilla de queso con una ligera sensación extraña que la radioterapia había lastrado en su maltrecha garganta.
Entre las lecciones que Zoila brindó al equipo durante el traslado se encontraba lo que para ella había sido la clave de la felicidad, que para nuestra acróbata de los sentimientos no era otra, sino la aceptación. Y era de este modo como ella nos confesaba haber conseguido alcanzar la tranquilidad.
Alrededor de las cuatro y media y con la ambulancia en marcha, Zoila nos sugirió dos peticiones más de última hora; le hacía ilusión maquillarse un poco antes de ver a su madre, y también quería ver el mar y tocar la arena de la playa. Así lo hicimos. Paramos en Lloret de Mar junto al paseo marítimo y la aproximamos a la playa en la camilla de la ambulancia para luego ella terminar el trayecto caminando unos dificultosos pasos hasta un banco situado junto la arena. Con solo abrir la puerta de la ambulancia se podía distinguir el olor a mar. Era un olor apetecible en ese precioso, caluroso y despejado día de Julio. Y así lo hizo ella, disfrutó y saboreo ese momento hasta que ella misma sugirió iniciar el camino hacia casa de su madre, no sin antes darse un toque de rímel, colorete y carmín en los labios con la destreza de quien ha dedicado su vida a maquillar rostros.
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando llegamos a casa de la madre de Zoila. Lo que duro el trayecto, ella miraba por la ventana y fue emocionante ver en su cara una sonrisa perenne e inmortal al ir distinguiendo cada una de las calles de su Lloret natal. La madre de Zoila desconocía la llegada de su hija a Lloret. Ambas llevaban 6 meses sin verse. Para la escena en que se abrió la puerta y madre e hija se fundieron en un fortísimo y larguísimo abrazo no encuentro calificativos posibles que puedan describir el momento. Que cada cual lo acune en su imaginación; solo puedo añadir, que nadie se excederá en el intento. No tenemos fotos porque estos momentos tan íntimos los dejamos para la familia.
Y lo que en Madrid era una bella sonrisa, se convirtió en un sumatorio de sonrisas inmortales y eternas en Barcelona.
Y así se hizo posible: aunamos esfuerzos, confluyeron ideas, sumamos ilusiones y compartimos un mismo fin.
Escrito por Sandra Madrigal.